Para los que creen en la existencia de Dios y aceptan que algo de su sabiduría se trasluce a través de
Dice
Dicho principio es tan básico y fundamental que, fuera de él, es difícil pensar que pueda haber… “salvación”. Todo el mensaje de
“La tierra para todos” es, por lo tanto, roca, y sobre esta roca debe asentarse la construcción del mundo. No hace falta tan siquiera creer en Dios, o conocer
Pero el sentido común no es lo que más abunda. Para muchos, lo que cae de su peso es simplista. Para ellos, repartir equitativamente la riqueza entre todos es la mejor manera de empobrecerse. Llaman “delirio” lo que sería lo más normal para la felicidad y la paz de todos, mientras ellos, que no son simplistas, ven como “normal” que, todos los días, a miles de millones de seres humanos les toque sufrir infiernos por la simple razón de que la mayor parte de la riqueza del mundo está secuestrada por unos pocos cuyo afán de acumular no parece saciarse nunca.
El Evangelio nos sugiere que un gran movimiento que consistiría en compartir espontánea y libremente todo, bienes, talentos, trabajos, para responder a las necesidades de la familia humana - aunque en un principio se iniciara con apenas dos pescaditos y cincos panecillos - lleva en sí mismo el germen de la salvación del mundo. Más aún, el mismo Evangelio asegura que no hay mejor manera de crear riquezas y hasta excedentes para el mundo entero. Esta es la fe del Evangelio (Mt 14, 14-21). Fue la práctica de los primeros cristianos o, por lo menos, el ideal que ellos persiguieron, cuando, después de Pentecostés, empezaron a experimentar un cambio profundo de mentalidad respecto a la propiedad de los bienes. Por cierto, no faltó gente para tildar todo aquello de delirio, pero felizmente a veces, “lo que es locura a los ojos de los hombres es sabiduría a los ojos de Dios” (He 2, 44-45; 2, 11-13; 1 Co 1, 25).
No hay comentarios:
Publicar un comentario