jueves, 22 de abril de 2010

EL VERDADERO MOTOR DE LA HISTORIA



Para los que creen en la existencia de Dios y aceptan que algo de su sabiduría se trasluce a través de la Biblia, la Historia, entendida como la marcha de toda la humanidad hacia su realización plena, tiene un motor muy simple que se resume a cuatro palabras: la tierra para todos.

Dice la Biblia que Dios crea la tierra y la da a todos los seres humanos para que crezcan, es decir para que evolucionen y se desarrollen como humanos, y que se multipliquen. Al confiar la tierra a Adán y Eva, pareja mítica representando simbólicamente la humanidad de todos los tiempos, la Biblia dice que Dios entrega la tierra a toda la familia humana y que, por consiguiente, todos sus miembros, sin excepción, son por derecho divino herederos de la misma (Gén 1, 27-30; 2, 15). De allí que, si la humanidad ha de tener un principio dinámico interno que fuera como el motor de su evolución, éste tendría que ser el justo reparto de la tierra entre todos los humanos y cuidarla como la huerta común de la gran familia humana.

Dicho principio es tan básico y fundamental que, fuera de él, es difícil pensar que pueda haber… “salvación”. Todo el mensaje de la Biblia, que es un mensaje de vida para el mundo, queda distorsionado y falseado desde el momento en que se pretende construir la historia sobre otras bases. ¿Cómo imaginar que pueda haber “salvación”, o sea futuro para la humanidad, si la tierra, sin la cual nadie puede vivir, está controlada y manejada en función de los intereses de unos cuantos, dejando a grandes mayorías desprovistas de los recursos necesarios para desarrollarse como humanidad?...

“La tierra para todos” es, por lo tanto, roca, y sobre esta roca debe asentarse la construcción del mundo. No hace falta tan siquiera creer en Dios, o conocer la Biblia, para ver la “salvación” de nuestro mundo en la aplicación esmerada de ese principio vital; un poco de sentido común debería bastar.

Pero el sentido común no es lo que más abunda. Para muchos, lo que cae de su peso es simplista. Para ellos, repartir equitativamente la riqueza entre todos es la mejor manera de empobrecerse. Llaman “delirio” lo que sería lo más normal para la felicidad y la paz de todos, mientras ellos, que no son simplistas, ven como “normal” que, todos los días, a miles de millones de seres humanos les toque sufrir infiernos por la simple razón de que la mayor parte de la riqueza del mundo está secuestrada por unos pocos cuyo afán de acumular no parece saciarse nunca.

El Evangelio nos sugiere que un gran movimiento que consistiría en compartir espontánea y libremente todo, bienes, talentos, trabajos, para responder a las necesidades de la familia humana - aunque en un principio se iniciara con apenas dos pescaditos y cincos panecillos - lleva en sí mismo el germen de la salvación del mundo. Más aún, el mismo Evangelio asegura que no hay mejor manera de crear riquezas y hasta excedentes para el mundo entero. Esta es la fe del Evangelio (Mt 14, 14-21). Fue la práctica de los primeros cristianos o, por lo menos, el ideal que ellos persiguieron, cuando, después de Pentecostés, empezaron a experimentar un cambio profundo de mentalidad respecto a la propiedad de los bienes. Por cierto, no faltó gente para tildar todo aquello de delirio, pero felizmente a veces, “lo que es locura a los ojos de los hombres es sabiduría a los ojos de Dios” (He 2, 44-45; 2, 11-13; 1 Co 1, 25).